Para evitar malentendidos advierto que uso inocente en el
sentido de ingenuo.
Antes de abrir un libro que te ha atraído por el título,
por el autor o por las promesas del contenido, te topas a veces con ciertas
señales que te dan muchas claves de la carga que llevan. Esas señales acicatean
el deseo de leer o lo frenan.
No hace mucho cayó en mis manos el libro de Rossana Dedola,
Roberto Innocenti. El cuento de mi vida.
Editorial Kalandraka. Me atrajo el
tema porque siempre me han interesado las ilustraciones de Innocenti. Además,
la edición es excelente.
Al ojear la contracubierta descubrí que el editor lo había
colocado en una colección titulada Puntos
Cardinales, palabras que resaltaban sobre una brújula. Esa pista me hizo
ver que el editor presentaba la obra del ilustrador italiano, uno de los
grandes autores de libros infantiles y Juveniles de nuestro tiempo, como un
hito para ayudarnos a no perder el norte. Me hizo empezar a leer con más gusto.
El libro no me defraudó. Lo leí de un tirón.
La autora hace que Innocenti cuente su trayectoria humana y
artística en primera persona contestando a las preguntas que ella, profesora de
la Escuela Internacional de Psicología Analítica de Zurick, le formula. Ya
conocía al autor pero me daba ordenadamente las claves biográficas, estéticas e
ideológicas que me ayudaron a entender mejor su trayectoria.
En este formato simple, periodístico, pero muy eficaz por
la buena graduación de las preguntas aglutinadas por temas, Innocenti va desgranando
sus inicios, los retos que le van surgiendo, el periplo tanto vital como artístico
que le obliga incluso a salir de su espacio de confort, su país, Italia, las
encrucijadas incluidas las ideológicas que marcan su historia y las opciones
que toma ante ellas…
No es el lugar para analizar el libro. Solo quiero resaltar
una idea. Ni el autor está infantilizado ni él infantiliza su tarea aunque la
dedique en gran parte a los niños. A menudo, advierto con cierto incomodo que autores
de libros infantiles –escritores e ilustradores-, con la excusa de que se
dirigen a los niños, muestran una inmensa superficialidad. Dan la impresión de
vivir al margen del mundo que les rodea, como si flotaran en una nube blanca en
el cielo azul. Innocenti, por el contrario, muestra que las obras que crea han
de estar lo más cercanas posible a la sensibilidad y a la comprensión de los
niños lectores, pero él, el autor, se muestra armado de los mejores recursos técnicos
e intelectuales. Este es el camino. Y esta la lección de este insigne autor.
El creador de libros para niños no puede ser ingenuo, ni
superficial, ni ignorante. Tendrá que ser capaz de explicar dónde sitúa su obra
como artista en el contexto del arte de su época y habrá de ser capaz de dar
razón del porqué de la tarea que desarrolla en el contexto social en que trabaja.