jueves, 7 de enero de 2016

METÁFORAS Y "LECTURA FÁCIL"

En 2004, un año después de que apareciera el original inglés, editorial Salamandra publicaba El curioso incidente del perro a medianoche –Premio Whitbread- que ha resultado un éxito tanto de crítica como de ventas. Su autor, Mark Haddon, que ha dedicado buena parte de sus esfuerzos a escribir libros para niños y jóvenes, demuestra con esta novela que las fronteras entre la literatura juvenil y la de adultos cada vez son más permeables.
El protagonista, un chico de 15 años, se presenta así: “Me llamo Christopher John Francis Boone. Me sé todos los países del mundo y sus capitales y todos los números primos hasta 7.507.” A continuación, traza dos dibujos de rasgos sumamente simples y explica que su profesora Siobhan tuvo que enseñarle que uno de ellos significa “triste” y el otro “contento”, pues él no comprendía por sí mismo algo tan sencillo. Christopher odia el color amarillo, el marrón y el contacto físico. Además, ama a los animales por unas razones  tan simples como estas: “Me gustan los perros. Uno siempre sabe qué está pensando un perro. Tiene cuatro  estados de ánimo: contento, triste, enfadado y concentrado. Además, los perros son fieles y no dicen mentiras porque no hablan.
De esta forma descriptiva Haddon traza el cuadro de una persona que padece una de las formas de autismo tipificada como síndrome de Asperger. Estas personas, que suelen ser muy inteligentes y está dotadas de una gran capacidad de abstracción, tienen en cambio serias dificultades se socialización y de relación, y sufren –este es el detalle que más me interesa aquí- una incapacidad manifiesta para la comprensión de las formas metafóricas del lenguaje. Este no es un problema menor porque la metáfora no supone solo un embellecimiento retórico sino que forma parte del lenguaje cotidiano y afecta al modo en que percibimos, pensamos y actuamos.
La peripecia de la novela es lineal y relativamente simple. Se trata de una historia policiaca en la que está en juego una búsqueda que irá destapando un problema familiar. No obstante, el protagonista, al desvelar ciertos aspectos de su familia, pone patas arriba el mundo de los adultos quienes, aun en medio de una convulsión que rompe los vínculos fundamentales, tratan de buscar componendas.
El texto se presta a mucho análisis que con toda seguridad se irán haciendo porque Haddon ha dado vida a uno de los personajes más originales de la literatura juvenil reciente en una historia realmente polisémica. Pero lo que me interesa aquí es llamar la atención sobre un aspecto concerniente al lenguaje que se pone de manifiesto precisamente por la incapacidad del personaje tanto para comprender como para utilizar expresiones metafóricas.
El autor tiene el gran mérito de contar una historia con instrumentos mermados –se veta la utilización de metáforas–, al haberse autoimpuesto narrar en primera persona a través de un personaje del perfil psicológico descrito. Los que, como Christopher, padecen el síndrome de Asperger tienen una casi total dificultad de comprensión de algunas de las funciones simbólicas del lenguaje. O sea, solo son capaces de interpretar las metáforas que ya conocen porque se las han explicado previamente. Las demás las interpretan en sentido literal. Por ejemplo, si se habla de «estirarse de los pelos», entenderán la frase como el movimiento físico de tirar de esos apéndices filamentosos con que suelen estar coronadas las cabezas.
Si no entienden las metáforas, naturalmente tampoco son capaces de utilizarlas. Al escribir la novela en primera persona, Haddon ha de lidiar con esa limitada capacidad de expresión del protagonista. Por tanto, se ha de reprimir para no hacer uso si siquiera de aquellas metáforas más simples que han cristalizado en el lenguaje común.
El mismo protagonista es consciente de esa limitación lo que le lleva a hacer afirmaciones como la siguiente: “Por ejemplo, si la gente dice cosas que para mí no tienen sentido, como “Estás como una verdadera cabra” o “Te estás quedando en los huesos”, hago una Búsqueda y compruebo si he oído decir eso antes». O sea, Christopher se ve obligado a acudir su memoria lingüística, aprendida a través de su profesora, para comprender correctamente esas pequeñas metáforas que para el común de los lectores son tan sencillas porque están fosilizadas en el lenguaje corriente.
La lectura de este libro me ha provocado una reflexión –que debe de ser una obviedad pero en la que yo no había caído- que me ha ayudado mucho a la hora de afrontar la reescritura de un texto para una colección de Lectura Fácil.
La reflexión es la siguiente: para que un texto resulte realmente fácil, y por tanto sea de lectura placentera para un lector poco habituado a leer en general o no acostumbrado a leer en una determinada lengua que conoce poco, la condición esencial no es tanto la reducción del léxico o la simplicidad sintáctica; la barrera más difícil de superar es la comprensión de las metáforas.
Una persona cuya lengua materna está muy alejada de aquella en la que intenta leer tiene la gran dificultad de que las formas metafóricas cristalizadas en su lengua tienen poco que ver con las de la nueva lengua en que trata de leer. Su dificultad para comprender es semejante a la de Christopher, aquejado del síndrome de Asperger, que tiene que recurrir a rastrear en su memoria lingüística a ver si ya ha topado antes con esa metáfora.
Si nunca se topó con ella o no la llegó a registrar en el disco duro de su memoria, esa frase le resultará muy difícil de comprender o le será simplemente incomprensible. Por tanto para que ese hipotético lector vaya penetrando sin dificultad en una lengua, le será útil leer textos despojados totalmente o ligeros de expresiones metafóricas. De lo contrario, si no posee una determinada metáfora en su bagaje lingüístico de ese idioma, será incapaz de traerla a la pantalla de su mente y, por tanto, la dificultad de comprensión de determinados párrafos será insalvable.
La prueba la hice –por indicación de una profesora de inglés y convido a hacerla a cualquiera– leyendo este texto de Haddon en inglés. La versión original The curious incident of the dog in the night-time me resultó de lectura casi transparente aun sin tener un gran dominio de ese idioma. Para lograr una lectura comprensiva del mismo apenas surgen otras dificultades que las lagunas de léxico que uno pueda tener, que a menudo son subsanables por el contexto. Por las razones antes aducidas, creo que este libro hace patente que la facilidad de lectura de un texto estriba en gran parte en la limitación de figuras literarias, en especial las metáforas.
Esta constatación realizada a través de la lectura de El curioso incidente del perro a medianoche despejó muchas de mis dudas al encarar la reescritura del texto para Lectura Fácil. Estoy convencido de que la depuración de expresiones metafóricas facilita mucho más la lectura que le reducción de léxico o la simplificación de la sintaxis de las frases.

Ya se sabe que la lectura no es una carrera rápida y corta, sino una prueba de obstáculos o de fondo. Pero el entrenamiento gradual y una adecuada pedagogía hacen que las vallas que hay que saltar acaben por no notarse.