En 2004, un año después de que apareciera el original inglés,
editorial Salamandra publicaba El curioso incidente del perro a medianoche –Premio Whitbread- que ha
resultado un éxito tanto de crítica como de ventas. Su autor, Mark Haddon, que
ha dedicado buena parte de sus esfuerzos a escribir libros para niños y jóvenes,
demuestra con esta novela que las fronteras entre la literatura juvenil y la de
adultos cada vez son más permeables.
El protagonista, un chico de 15 años, se presenta así: “Me
llamo Christopher John Francis Boone. Me sé todos los países del mundo y sus
capitales y todos los números primos hasta 7.507.” A continuación, traza dos
dibujos de rasgos sumamente simples y explica que su profesora Siobhan tuvo que
enseñarle que uno de ellos significa “triste” y el otro “contento”, pues él no
comprendía por sí mismo algo tan sencillo. Christopher odia el color amarillo,
el marrón y el contacto físico. Además, ama a los animales por unas
razones tan simples como estas: “Me
gustan los perros. Uno siempre sabe qué está pensando un perro. Tiene cuatro estados de ánimo: contento, triste, enfadado y
concentrado. Además, los perros son fieles y no dicen mentiras porque no
hablan.
De esta forma descriptiva Haddon traza el cuadro de una
persona que padece una de las formas de autismo tipificada como síndrome de
Asperger. Estas personas, que suelen ser muy inteligentes y está dotadas de una
gran capacidad de abstracción, tienen en cambio serias dificultades se
socialización y de relación, y sufren –este es el detalle que más me interesa
aquí- una incapacidad manifiesta para la comprensión de las formas metafóricas
del lenguaje. Este no es un problema menor porque la metáfora no supone solo un
embellecimiento retórico sino que forma parte del lenguaje cotidiano y afecta
al modo en que percibimos, pensamos y actuamos.
La peripecia de la novela es lineal y relativamente simple.
Se trata de una historia policiaca en la que está en juego una búsqueda que irá
destapando un problema familiar. No obstante, el protagonista, al desvelar
ciertos aspectos de su familia, pone patas arriba el mundo de los adultos
quienes, aun en medio de una convulsión que rompe los vínculos fundamentales,
tratan de buscar componendas.
El texto se presta a mucho análisis que con toda seguridad
se irán haciendo porque Haddon ha dado vida a uno de los personajes más
originales de la literatura juvenil reciente en una historia realmente polisémica. Pero
lo que me interesa aquí es llamar la atención sobre un aspecto concerniente al lenguaje que se pone de manifiesto
precisamente por la incapacidad del personaje tanto para comprender como para
utilizar expresiones metafóricas.
El
autor tiene el gran mérito de contar una historia con instrumentos mermados –se
veta la utilización de metáforas–, al haberse autoimpuesto narrar en primera
persona a través de un personaje del perfil psicológico descrito. Los que, como
Christopher, padecen el síndrome de Asperger tienen una casi total dificultad
de comprensión de algunas de las funciones simbólicas del lenguaje. O sea, solo
son capaces de interpretar las metáforas que ya conocen porque se las han
explicado previamente. Las demás las interpretan en sentido literal. Por
ejemplo, si se habla de «estirarse de los pelos», entenderán la frase como el
movimiento físico de tirar de esos apéndices filamentosos con que suelen estar
coronadas las cabezas.
Si
no entienden las metáforas, naturalmente tampoco son capaces de utilizarlas. Al
escribir la novela en primera persona, Haddon ha de lidiar con esa limitada
capacidad de expresión del protagonista. Por tanto, se ha de reprimir para no
hacer uso si siquiera de aquellas metáforas más simples que han cristalizado en
el lenguaje común.
El
mismo protagonista es consciente de esa limitación lo que le lleva a hacer
afirmaciones como la siguiente: “Por ejemplo, si la gente dice cosas que para
mí no tienen sentido, como “Estás como una verdadera cabra” o “Te estás
quedando en los huesos”, hago una Búsqueda y compruebo si he oído decir eso
antes». O sea, Christopher se ve obligado a acudir su memoria lingüística,
aprendida a través de su profesora, para comprender correctamente esas pequeñas
metáforas que para el común de los lectores son tan sencillas porque están
fosilizadas en el lenguaje corriente.
La
lectura de este libro me ha provocado una reflexión –que debe de ser una
obviedad pero en la que yo no había caído- que me ha ayudado mucho a la hora de
afrontar la reescritura de un texto para una colección de Lectura Fácil.
La
reflexión es la siguiente: para que un texto resulte realmente fácil, y por
tanto sea de lectura placentera para un lector poco habituado a leer en general
o no acostumbrado a leer en una determinada lengua que conoce poco, la
condición esencial no es tanto la reducción del léxico o la simplicidad
sintáctica; la barrera más difícil de superar es la comprensión de las metáforas.
Una
persona cuya lengua materna está muy alejada de aquella en la que intenta leer
tiene la gran dificultad de que las formas metafóricas cristalizadas en su
lengua tienen poco que ver con las de la nueva lengua en que trata de leer. Su
dificultad para comprender es semejante a la de Christopher, aquejado del
síndrome de Asperger, que tiene que recurrir a rastrear en su memoria
lingüística a ver si ya ha topado antes con esa metáfora.
Si
nunca se topó con ella o no la llegó a registrar en el disco duro de su memoria,
esa frase le resultará muy difícil de comprender o le será simplemente
incomprensible. Por tanto para que ese hipotético lector vaya penetrando sin
dificultad en una lengua, le será útil leer textos despojados totalmente o
ligeros de expresiones metafóricas. De lo contrario, si no posee una determinada
metáfora en su bagaje lingüístico de ese idioma, será incapaz de traerla a la
pantalla de su mente y, por tanto, la dificultad de comprensión de determinados
párrafos será insalvable.
La
prueba la hice –por indicación de una profesora de inglés y convido a hacerla a
cualquiera– leyendo este texto de Haddon en inglés. La versión original The curious incident of the dog in the night-time me resultó de lectura casi transparente
aun sin tener un gran dominio de ese idioma. Para lograr una lectura
comprensiva del mismo apenas surgen otras dificultades que las lagunas de
léxico que uno pueda tener, que a menudo son subsanables por el contexto. Por
las razones antes aducidas, creo que este libro hace patente que la facilidad
de lectura de un texto estriba en gran parte en la limitación de figuras
literarias, en especial las metáforas.
Esta
constatación realizada a través de la lectura de El
curioso incidente del perro a medianoche despejó
muchas de mis dudas al encarar la reescritura del texto para Lectura Fácil. Estoy convencido de que la depuración de
expresiones metafóricas facilita mucho más la lectura que le reducción de léxico
o la simplificación de la sintaxis de las frases.
Ya
se sabe que la lectura no es una carrera rápida y corta, sino una prueba de
obstáculos o de fondo. Pero el entrenamiento gradual y una adecuada pedagogía
hacen que las vallas que hay que saltar acaben por no notarse.