Leyendo el libro de Juan Domingo Argüelles Historias de lecturas y lectores, publicado
por Paidós en México el 2005, me encuentro con una cita de Pascal Quignard que
conecta con mis reflexiones de estos días. Afirma Quignard: «Somos una especie
sujeta al relato (…). Nuestra especie parece estar atada a la necesidad de una
regurgitación lingüística de su experiencia (…). Esa necesidad de relato es
particularmente intensa en ciertos momentos de la existencia individual o colectiva,
por ejemplo, cuando hay depresión o crisis. En ese caso, el relato proporciona
un recurso casi único.»
Me lleva a pensar que el furor con que leen en la adolescencia y en la primera
juventud –la etapa de la primera gran crisis- los que han descubierto la lectura tiene que
ver con esa necesidad de ir construyendo el propio relato, asociada a la
necesidad de encontrar la propia identidad.
El que no sale de la
tradición familiar y del propio contexto social, suele vivir esta crisis con
menos virulencia porque acepta sin problematizarla la identidad que le ha
asignado su entorno familiar y social. Con frecuencia acepta también de buen
grado los roles laborales que impone la familia. La persona que pasa su etapa
de juventud de esta manera no precisa crear su propio relato, lo tiene delante
viendo la trayectoria vital de sus propios padres.
Pero el que lee –y eso es una manera corriente de salir del
propio entorno- no sólo adquiere nuevos conocimientos o las formas de actuar y
de comportarse de otras personas, o sea algo exterior a él. Esos personajes
literarios que le fascinan le descubren también otras posibilidades dentro de sí
mismo, o sea, otras identidades a las que puede aspirar, más satisfactorias que
la que posee. Entonces intuye que el desarrollo de esas potencialidades le
permitirá llegar a ser una persona más relevante y más acorde a sus
aspiraciones que aquella a la que parecía destinado por su procedencia familiar
y social.
La sensación de apertura de horizontes que producen ciertos
libros se asemeja a la que experimenta el excursionista que por primera vez
sube a una montaña desde la que puede
contemplar el valle en el que vive. Entonces capta las limitaciones del mismo y
ve las posibilidades de salida hacia otros valles, llanuras, mares…
Los nuevos elementos descubiertos por el lector en su
propio interior a través de ciertas lecturas enriquecen sobre manera el relato
de sí mismo. Sin ellas, su relato sería mucho más pobre e insatisfactorio. Una
razón más para ayudar a los jóvenes a descubrir la lectura a esa edad en la que
les resultará más útil y más placentera.
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