Un amigo con quien
comparto reflexiones sobre la lectura me acaba de descubrir un libro que me ha
resultado fascinante: Ivan Illich. En el
viñedo del texto. Etología de la lectura: un comentario al “Didascalicon” de
Hugo de San Víctor, FCE, México, 2002
Los amigos con quienes compartes intereses tienen eso, que te sorprenden
gratamente.
Para Illich, las
reflexiones y la práctica de Hugo de San Víctor (comienzos del siglo XII) sobre
la lectura dieron origen a lo que también George Steiner ha denominado “cultura
libresca” que se convirtió en el núcleo de la religión secular de Occidente y el
modo de transmisión de conocimientos en la misma Iglesia que se adentraba en la
lectura escolástica orientada al conocimiento. Lo que había sido hasta entonces
un texto informe para devotos bisbiseantes, a partir de la generación de Hugo
de San Víctor se convierte en un texto ordenado y preparado para el estudio. El
que lee estos textos presentados de esa forma más moderna busca el mensaje, el
significado, no se conforma con recitar textos que no llegan mucho más lejos
que a su oído.
Uno de los efectos de
esa evolución es que las páginas, que se empiezan a diseñar con títulos o se ordenan
alfabéticamente para facilitar el estudio, también se comienzan a ilustrar.
Esas ilustraciones reclamarán la atención del ojo tanto como el texto.
¿Qué función tienen las
ilustraciones? Illich afirma que para los monjes tenían cinco funciones:
1 Dan dignidad a la
página. Refuerzan el poder del mensaje de las palabras que allí aparecen. O
sea, dignifican el texto.
2 Tienen el objetivo
didáctico de ayudar a personas poco formadas a comprender lo escrito. Su
imaginación se alimenta con esos dibujos mientras escuchan el texto.
3 La ilustración
proporciona claves exegéticas e interpretativas al lector monástico.
4 Esas miniaturas se
concebían como un acompañamiento del sonido de la voz de quien leía. Nunca eran
un esquema para retener el contenido, como suele ocurrir en los libros actuales
de conocimientos.
5 También tenían un fin
práctico; esas ilustraciones servían de recursos mnemotécnicos para recordar lo
que venía a continuación. Las ilustraciones reforzaban el poder de la memoria.
De todas formas, ese
paso no se dio sin resistencias. Bernardo de Claraval intenta que los
cistercienses no utilicen libros ilustrados porque considera que suponen una
intrusión de lo sensual en un texto orientado a la devoción y al conocimiento.
Los que actualmente abogan por los textos limpios, sin ilustración, lo razonan
diciendo que es el lector el que ha de recrear el texto en su propia mente sin ser
guiado por las imágenes con las que lo representa un ilustrador. Eso lo
consideran un empobrecimiento.
No está de más traer a
colación reflexiones como estas de Ivan Illich porque pueden ayudar a
reflexionar sobre la función de la ilustración en los libros, en especial en los
libros para niños. No es un tema que empezó a discutirse ayer como puede parecer
oyendo a ciertas personas.