jueves, 21 de mayo de 2015

LITERATURA PARA NIÑOS: CULTURA Y ENTRETENIMIENTO

La función principal del arte, y de una manera muy clara de la literatura, es cultivar la conciencia, desarrollar el sentido de lo que el hombre es como ser humano y mantenerlo vivo. Pocos osarían contradecir esta afirmación.   
Pero algo que cae por su propio peso parece que, en la práctica, se pone en entredicho. De hecho, con  la sana intención de ensanchar la base del número de lectores, se tiende a ofrecer textos que se proponen entretener, sin tener en cuenta si contribuyen o no a elevar el nivel cultural de los mismos.
¿Ocurre esto especialmente en la literatura infantil y juvenil?
A esto voy. En temas capitales como este, me gusta hacerme las mismas preguntas que nos hacemos hablando de los adultos.  
La cultura no es un corpus estable y consolidado. Sus límites no están bien definidos por lo que hay quien traza su perfil en lugares muy diferentes. Esto viene condicionado, en primer lugar, por el hecho de que la cultura abarca muchos campos y los conocimientos en cada sector son tan vastos que  no se encuadran fácilmente. Todo conocimiento contribuye a formar una conciencia humana más afinada. Por otro lado, tampoco se puede hacer una gradación clara de los niveles de cultura que se han de lograr en cada edad.  
No obstante, está claro que el cultivo de lo que nos hace personas es progresivo. Por tanto, media toda una pedagogía para progresar en la consciencia; ejercicio que dura toda la vida. La edad, que nos va concediendo automáticamente la madurez física, no nos concede de la misma manera la madurez cultural. El proceso de apropiación de la cultura es apasionante pero también arduo. En términos generales, para que sea exitoso ha de ser intencionado. Y lo ha de ser también en una de las actividades que más contribuyen a crecer culturalmente, la lectura.
Por eso engaña quien pretende reducir la lectura a ser entretenimiento más para el tiempo libre, a lo que va ligado solo al placer. La práctica de la lectura exige cierta iniciación y una dedicación continuada, y, hasta me atrevería a decir, cierta sistematicidad.
Los textos que piensan en el niño como lector implícito han de ser en primer lugar, interesantes, seductores. Naturalmente. De lo contrario, si no les atraen esas historias, los niños abandonarán la lectura. Pero, si esos textos no cuentan historias verdaderas, sean realistas o imaginativas, tampoco les dejarán ningún poso y no les habrán ayudado a crecer. Con esto no me estoy refiriendo a que deban contener moralejas o “valores” más o menos explícitos. Basta que sean historias que exijan un mínimo de reflexión porque ponen al lector ante encrucijadas en las que tiene decidir. En resumen, han de ser narraciones que dejen preguntas en el lector.

El nivel de las estas sí que habrá que medirlo. No pueden ser tan tontas que tomen al niño lector por imbécil; él lo nota aunque tal vez no sabría explicitar lo que le hace rechazar aquel texto. Lo rechaza porque se siente minusvalorado. Pero tampoco pueden ser tal difíciles que planteen preguntas que están muy lejos de sus preocupaciones. En este caso, el lector joven desconecta porque aquello no va con él.