viernes, 27 de marzo de 2015

PODEROSA RAZÓN PARA LEER

Harold Bloom comienza su libro Cómo leer y por qué, publicado el 2000 en Anagrama, con esta declaración sobre la principal razón que le –nos- induce a leer. Entre otras razones que aducimos para leer y para incitar a otros a hacerlo, esta es la principal. La suscribo.

“No hay una sola manera de leer, aunque hay una razón primordial para que leamos. A la información tenemos acceso ilimitado, pero ¿dónde encontraremos la sabiduría? Si uno es afortunado, tal vez se tope con un maestro que lo ayude; pero al cabo está solo y debe seguir adelante sin más mediaciones. Leer bien es uno de los mayores placeres que puede proporcionar la soledad, porque, al menos según mi experiencia, es el más saludable desde un punto de vista espiritual. Hace que uno se relacione con la alteridad, ya sea la propia, la de los amigos o la de quienes pueden llegar a serlo. La invención literaria es alteridad, y por eso alivia la soledad. Leemos no solo porque  nos es imposible conocer a toda la gente que quisiéramos, sino porque la amistad es vulnerable y puede menguar o desaparecer, vencida por el espacio, el tiempo, la falta de comprensión y todas las aflicciones de la vida familiar y pasional.”

viernes, 6 de marzo de 2015

POR QUÉ HE ESCRITO PARA NIÑOS

Me lo han preguntado y me lo pregunto. Y más, teniendo en cuenta que las lecturas que más me interesan son las de libros de ensayo. No tengo razones muy claras que pueda enunciar fácilmente.
Escribía Bachelar que “los libros no se hacen solamente con lo que sabemos y con lo que vemos. Tienen raíces más profundas.” Seguramente hay algo en mi inconsciente que me ha llevado a escribir este género de literatura. Tal vez asé he encontrado una manera de no dejar del todo de ser niño.
Como muchos de los que somos lectores, yo he alimentado en los libros mis sueños, o sea mi proyecto personal. Y ya que ni soy orador, ni deportista, ni me importa en demasía el dinero, ni tengo unas habilidades especiales para las relaciones sociales, como cualquier hambriento de lecturas, acabé escribiendo. Eso ocurrió cuando ya había alcanzado un cierto nivel de saturación de lecturas, más allá de los treinta años.
No me resultó artificial comenzar a escribir para niños ya que había recorrido con cierto provecho el camino de la traducción y la crítica de libros infantiles. Esa llegada gradual a lo que a la postre buscaba tal vez solapaba el deseo de reconquistar mi propia infancia. En todo caso lo hacía una vez que las lecturas y la vida vivida me hubieran dado una cierta perspectiva para regresar a ella con cierta lucidez.

Si me encontrara incómodo en el contacto con los niños, tal vez no habría persistido en este trabajo. El hecho es que sigo en él y en varios frentes al mismo tiempo.  Aquí ya hay una apuesta deseada y encarada con entusiasmo casi juvenil. Reflexionando sobre lo que hago, consciente de mis posibilidades y mis limitaciones, intento aportar a mis lectores una cierta visión reflexiva por no decir crítica, que me parece una palabra excesiva a estos niveles. Naturalmente dentro de unas formas lúdicas, porque el lector lo exige. Con palabras algo pretenciosas diría que intento construir el hombre en el niño. Un modelo de hombre hecho de libertad, lucidez, alegría, compromiso con sus semejantes…