Me lo han preguntado y
me lo pregunto. Y más, teniendo en cuenta que las lecturas que más me interesan
son las de libros de ensayo. No tengo razones muy claras que pueda enunciar fácilmente.
Escribía Bachelar que
“los libros no se hacen solamente con lo que sabemos y con lo que vemos. Tienen
raíces más profundas.” Seguramente hay algo en mi inconsciente que me ha llevado
a escribir este género de literatura. Tal vez asé he encontrado una manera de
no dejar del todo de ser niño.
Como muchos de los que
somos lectores, yo he alimentado en los libros mis sueños, o sea mi proyecto
personal. Y ya que ni soy orador, ni deportista, ni me importa en demasía el
dinero, ni tengo unas habilidades especiales para las relaciones sociales, como
cualquier hambriento de lecturas, acabé escribiendo. Eso ocurrió cuando ya
había alcanzado un cierto nivel de saturación de lecturas, más allá de los
treinta años.
No me resultó
artificial comenzar a escribir para niños ya que había recorrido con cierto
provecho el camino de la traducción y la crítica de libros infantiles. Esa llegada
gradual a lo que a la postre buscaba tal vez solapaba el deseo de reconquistar
mi propia infancia. En todo caso lo hacía una vez que las lecturas y la vida
vivida me hubieran dado una cierta perspectiva para regresar a ella con cierta
lucidez.
Si me encontrara
incómodo en el contacto con los niños, tal vez no habría persistido en este
trabajo. El hecho es que sigo en él y en varios frentes al mismo tiempo. Aquí ya hay una apuesta deseada y encarada
con entusiasmo casi juvenil. Reflexionando sobre lo que hago, consciente de mis
posibilidades y mis limitaciones, intento aportar a mis lectores una cierta
visión reflexiva por no decir crítica, que me parece una palabra excesiva a
estos niveles. Naturalmente dentro de unas formas lúdicas, porque el lector lo
exige. Con palabras algo pretenciosas diría que intento construir el hombre en
el niño. Un modelo de hombre hecho de libertad, lucidez, alegría, compromiso
con sus semejantes…
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