Hace un tiempo la admirada Care Santos me invitó a que escribiera un breve texto sobre una novela que me hubiera interesado especialmente para colgarlo en la sección literaria de Culturamas. Ésta es la novela que me hubiera gustado firmar si no la hubiera construido antes Zimnik y no hubiera subido a ella a un entrañable personaje.
LA
NOVELA DE MI VIDA: LA GRÚA, de Reiner Zimnik
Tiendo
a la racionalidad y la mesura. ¿O a la mediocridad? Tal vez una y otra
apreciación no estén tan alejadas. Sin embargo, durante un tiempo tuve la tramposa
ensoñación de atribuirme la autoría de La
grúa, este maravilloso texto de Reiner Zimnik. Pero ya era imposible borrar
su nombre impreso en sus ediciones en varias lenguas.
Supongo
que debí leer este libro en 1981. Acababa de publicarse en español en la colección
Austral Juvenil que dirigía Felicidad Orquín a cuyo buen criterio tanto debemos
los que por entonces empezamos a escribir literatura infantil.
La
llegada de textos de grandes autores alemanes, nórdicos y sajones nos estaban
haciendo ver entonces que las referencias que teníamos, tan ñoñas, nos
bloqueaban.
Con
este relato Zimnik dio en algún oscuro rincón de mi entretela. Aún me conmueve
cada vez que lo releo. ¿De dónde nacía mi fascinación por esta fábula cuando mi
atención se centraba en textos realistas donde más claramente se rompían los
corsés que nos oprimían?
La grúa
es un inquietante relato simbólico. Cuenta la historia de un hombre que se
encaramó en lo alto de una grúa, que él mismo había ayudado a construir, para
no bajar de ella. Se trataba de una grúa instalada en un punto de confluencia
de comunicaciones fluviales, de carretera y ferrocarril para intercambiar
mercancías de un medio de transporte a otro.
El
hombre consigue ese puesto de conductor de la grúa desplazando a dos enchufados
que lo pretendían. Desde ese día cumple escrupulosamente su cometido. Por otra
parte, mira el mundo desde las alturas no de la soberbia sino de la honradez. Ve
pasar la guerra y la paz, y contempla los intereses que se mueven a sus pies. Nunca
se deja presionar ni con amenazas ni con sobornos. Desbarata las pretensiones
de temibles ladrones fluviales y es testigo de los problemas que causan a un
circo los días de canícula. Llevando hasta el límite su humor, Zimnik describe a
su discreto héroe atrapando con su pala a un elefante enloquecido por la fiebre
al que sumerge en el rio hasta que se le va la calentura, o llevando cada
domingo a los doce concejales y su alcalde al otro lado del río.
Lo
que mantiene a este solitario es una doble amistad; la de Lectro, al que no le
importa prestarle unos kilovatios si su carretilla eléctrica con doce remolques
se queda sin energía, y la del águila que le ayudará a detectar las manadas de
tiburones que pretenden derribar la grúa y que le acompañará hasta el final.
El
conductor desciende de la grúa cuando ya es muy viejo y está cansado. Le
acompaña el águila. Un niño cree ver también junto a él otra maravilla, «un
león plateado». Sencillamente ha cumplido fielmente su misión de ser humano. El
alcalde demuestra entenderlo muy bien al hacer este comentario: «Es un hombre
sabio.»
La grúa
tiene todos los ingredientes de una bonita fábula. Me veo en ella. También
estoy a punto de tomar la decisión de bajar de la grúa. Y francamente tengo
envidia de quien la escribió... y la dibujó, ya que los dibujos a plumilla también
son obra de mi admirado Zimnik.
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